J. Smith-Cameron y Anna Paquin
Rodada en 2005 y estrenada seis años después a causa de conflictos creativos en su posproducción, la obra que estamos comentando fue escrita y dirigida por Kenneth Lonergan con suma habilidad para equilibrar los retos cinemáticos y humanísticos de su empresa. En la ciudad de New York un absurdo accidente de tráfico transformará por entero la vida de una muy inteligente y atractiva (pero vana y cruelmente egocéntrica) adolescente. Ésta, interpretada en toda su compleja urdimbre por una inmensa Anna Paquin, es la heroína de una historia que no se preocupa en ningún momento por perder a su audiencia debido a la mezquindad inevitable que el personaje exhibe de muchos modos pese a tener que resistir el foco de la atención de un espectador que poco a poco aprende a rechazar sus defectos como a, con paciencia, advertir el arco invisible que parece prometer una eventual redención que tal vez nunca se asome al ecran. La cruzada que Paquin emprenderá contra el chófer de ómnibus (un esporádico Mark Ruffalo, otrora genial protagonista en You Can Count On Me, también de Lonergan) tratará de servir a una autorredención diferente, honda aunque narcisista, llena de un vacío existencial tan desesperado como el que embarga a su madre actriz (un rol adecuadamente en manos de la igualmente admirable J. Smith-Cameron), la víctima principal de esta verdadera jornada desde el desamor y la indiferencia hacia la luz de la comunicación y el entendimiento --si el lector de esta nota mantiene cruzados los dedos. Película recomendable, pues, que brilla tanto en su escritura como en su dramatización fotográfica, consiguiendo un retrato singularmente realista, sin ser pedestre, de la vida. También notables en el nutrido y sólido reparto son Jeannie Berlin y un Matthew Broderick ya para siempre Mr. McAllister.