Oscar Wilde es el
padre alienígena que hereda un broche de esmeralda a su hijo predilecto, David
Bowie…, err, ahem, Brian Slade (Jonathan Rhys Meyers), en esta sentida, excelente
oda al glam rock vuelta himno a la individualidad y la expresión artística, dirigida
por el experto Todd Haynes. 1984: Diez años han transcurrido desde que la carrera de
Slade concluyó súbitamente, debido a un equivocado movimiento estratégico: la
espectacular muerte por asesinato, en plena actuación en vivo, de su alter ego,
Ziggy Stardust… Ok, Maxwell Demon. Un reportero liado con los eventos y sus
protagonistas (Christian Bale) descubrirá que todavía le queda mucho por
conocer de la era, y acaso aun de sí mismo.
Bale y Haynes, actor y autor
Haynes recurre a una
narración fragmentada para revelarnos el misterio de Slade, en parte inspirada
(incluso basada) en Citizen Kane, en parte producto de su estro particular,
como se ha visto, por ejemplo, en su épica, y más complicada/compleja, biografía de otro
poeta musical, Bob Dylan (sin el disfraz de un nombre diferente), observado en
su dual condición de hombre y símbolo, I’m Not There (2007). De hecho, Haynes no
termina armando el enorme rompecabezas en ningún caso (ni Dylan ni el
camaleónico Bowie salen de las sombras del genio), pero es que no se trata de
seguirle la pista al Rosebud trágico de una superestrella pop, sino de explorar
la estética de su personalidad. Al igual que Dylan en I’m Not There, el Bowie de Velvet
Goldmine emerge de su propio mito para recordarse a sí mismo, y el niño
distinto, apartado, dichosamente único es el espejo que nos mira sin lucir las
grietas.
Acorde con el fenómeno londinense que Lennon alguna vez definió
como “rock ‘n’ roll con lápiz labial”, la película exhibe una lujosa,
adecuadísima fotografía que no delata el corto presupuesto de su producción. El
guión tuvo que ser reescrito cuando Bowie amenazó con demandar judicialmente a
los cineastas, así que personajes como Iggy Pop y Lou Reed se (con)funden en la
piel de Ewan McGregor como Curt Wild, una entidad que además de ocasionalmente
incluir a Mick Ronson, también alude a Mick Jagger. En el rol de Mandie Slade
(por supuesto, Angie Bowie, la Angie de
los Stones), Toni Collette se muestra tan atractiva y real como Rhys Meyers (en
su primer trabajo importante) etéreo y sexual. (El actor, de sólo 19-20 años
de edad durante la filmación, encarnaría después a Elvis en la autorizada miniserie de
2005.) Producen Christine Vachon (responsable de, entre otras, The Notorious
Bettie Page, la apostillada I’m Not There, la aún sin estrenar, no-oficial
secuela de Welcome to the Doll House titulada Wiener-Dog) y Michael Stipe. En
el variado e idiosincrásico soundtrack, un reticente Bowie no puede evitar el
“Satellite of Love” de la homosexualidad como representación, subversión y
estilo, desde Alice in Wonderland hasta The Wizard of Oz, pasando por Cabaret,
si queremos limitarnos al cine cuyo ascendiente fue advertido en un glam de
germánicas postrimerías. 4/5
"Iggy Pop" y el pionero "Marc Bolan"