Esta película dirigida por Harold Becker, el
realizador de la seductora Sea of Love (1989), es inolvidable por bastantes razones.
Primero, se trata de un relato dominado por la inteligencia y la tensión, ambas
de naturaleza moral y narrativa. Segundo, la atmósfera de una escuela militar
forzada a declarar estado de sitio dentro de sus propios límites y de parte de
sus propios cadetes, debido a su inminente cierre por motivos en absoluto
respetuosos de lo que tal recinto significa como institución, es descrita con
la eficacia que Becker demuestra aun en sus peores trabajos (v.g. Malice),
enlazando su contenido con los diversos referentes de la literatura y del mismo
cine que han dado cuenta de la vida militar al interior de colegios o bases
(toda una tradición que va desde la imprescindible, y oscarizada, adaptación de
la novela From Here to Eternity de James Jones hasta una obra maestra de este
género como es La ciudad y los perros). Tercero, la extraordinaria situación de
emergencia ilustrada con aquel sentido del drama y del espectáculo nunca se
desborda, sino que en el introspectivo tono de verosimilitud desplegado las explosiones o
picos de la trama asumen un mayor impacto a causa de la contención estilística
--plena de emoción humanista-- que Becker imprime a un material que hubiera
sido tan fácil de estropear con los golpes bajos del sensacionalismo. Finalmente,
pero no en último orden de importancia, la sobresaliente dirección de actores
logra un tapiz del que acaso sería injusto destacar a nadie, si no fuera porque
algunos de los mejores intérpretes cinematográficos de su generación tuvieron
aquí una oportunidad espléndidamente aprovechada: Timothy Hutton acababa de
ganar el Oscar por Ordinary People (1980), una labor apasionante que encuentra digno
reflejo en su rol de comandante de la desesperada revuelta; Sean Penn, a punto de ganar
popularidad entre los jóvenes americanos a través de su excepcional rol cómico
en Fast Times at Ridgemont High, debuta como uno de los personajes más sobrios
de esta escuela militar y de su personal filmografía, posteriormente una exploración de
caracteres que (para no salir del ejército) como su infernal soldado en
Casualties of War (1989) no han sido precisamente dechados de equilibrio ético; y Tom
Cruise, acaso la estrella por antonomasia de la década que se estaba iniciando,
como el psicótico boina roja que sellará la tragedia, a su vez tampoco un
ejemplo nada emblemático (hasta su brillantísimo Lestat, pregúntenle a Anne
Rice) de la carrera más bien aparentemente ejemplar
de un golden boy a quien al menos las taquillas se rindieron
durante veinte años de consistente pleitesía.
domingo, 13 de enero de 2013
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