domingo, 13 de enero de 2013

Taps (1981)


Esta película dirigida por Harold Becker, el realizador de la seductora Sea of Love (1989), es inolvidable por bastantes razones. Primero, se trata de un relato dominado por la inteligencia y la tensión, ambas de naturaleza moral y narrativa. Segundo, la atmósfera de una escuela militar forzada a declarar estado de sitio dentro de sus propios límites y de parte de sus propios cadetes, debido a su inminente cierre por motivos en absoluto respetuosos de lo que tal recinto significa como institución, es descrita con la eficacia que Becker demuestra aun en sus peores trabajos (v.g. Malice), enlazando su contenido con los diversos referentes de la literatura y del mismo cine que han dado cuenta de la vida militar al interior de colegios o bases (toda una tradición que va desde la imprescindible, y oscarizada, adaptación de la novela From Here to Eternity de James Jones hasta una obra maestra de este género como es La ciudad y los perros). Tercero, la extraordinaria situación de emergencia ilustrada con aquel sentido del drama y del espectáculo nunca se desborda, sino que en el introspectivo tono de verosimilitud desplegado las explosiones o picos de la trama asumen un mayor impacto a causa de la contención estilística --plena de emoción humanista-- que Becker imprime a un material que hubiera sido tan fácil de estropear con los golpes bajos del sensacionalismo. Finalmente, pero no en último orden de importancia, la sobresaliente dirección de actores logra un tapiz del que acaso sería injusto destacar a nadie, si no fuera porque algunos de los mejores intérpretes cinematográficos de su generación tuvieron aquí una oportunidad espléndidamente aprovechada: Timothy Hutton acababa de ganar el Oscar por Ordinary People (1980), una labor apasionante que encuentra digno reflejo en su rol de comandante de la desesperada revuelta; Sean Penn, a punto de ganar popularidad entre los jóvenes americanos a través de su excepcional rol cómico en Fast Times at Ridgemont High, debuta como uno de los personajes más sobrios de esta escuela militar y de su personal filmografía, posteriormente una exploración de caracteres que (para no salir del ejército) como su infernal soldado en Casualties of War (1989) no han sido precisamente dechados de equilibrio ético; y Tom Cruise, acaso la estrella por antonomasia de la década que se estaba iniciando, como el psicótico boina roja que sellará la tragedia, a su vez tampoco un ejemplo nada emblemático (hasta su brillantísimo Lestat, pregúntenle a Anne Rice) de la carrera más bien aparentemente ejemplar de un golden boy a quien al menos las taquillas se rindieron durante veinte años de consistente pleitesía.

 

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