viernes, 26 de julio de 2013

Les pel·lícules del meu pare (2007)


Protagonizado por la sensual Karme Málaga, este sorprendente ejercicio metalingüístico resulta muy interesante, sobre todo cuando se halla en el centro de una virtual autobiografía ficticia post-mortem, a través de la cual Augusto M. Torres reconstruye una estética propia a la vez que se reafirma en su libertario aliento. Filmada entre el documental y el melodrama erótico, la película es un laxo juego de simetría dialéctica, cuyo exquisito diseño (no exento de puntuales errores o desencuentros que no podemos dejar de lamentar) sirve además para un comentario sobre la necesaria conservación de la herencia cinematográfica de la península --por si fuera poco. Se trata, en suma, de un título cuya inquietante poética, unas veces a lo Lewis Carroll y otras a lo Nabokov, se desliza demasiado infrecuentemente entre la inteligencia empañada de unos fotogramas que no terminan de encontrar su verdadero destino, pero que en su mejor momento --la técnica especular, los diversos materiales de archivo, la abstracción misteriosa y eterna-- bastan para reconfigurar la filosofía del productor de la legendaria Arrebato (1980) y su imaginería de sensacionalismo latente pero legítima (y ocasionalmente fascinante) sensibilidad plástica.

domingo, 7 de julio de 2013

Gun Fury (1953)


Ésta, probablemente una de las más entretenidas y satisfactorias historias del Oeste dirigidas por Raoul Walsh, fue también una de las producciones que consolidaron la reputación de Rock Hudson como un actor confiable, de respetable (si debatible, al menos todavía entonces) registro. Aquí como luego en Giant (1956), la épica que supuso su consagración definitiva absoluta, desarrolla, aunque con trazos muchísimo más gruesos, el papel de un joven y muy próspero ranchero, pero con las tendencias pacifistas de Gregory Peck en The Big Country (1958); hacia el final de la cinta, su perfil se complicará y lo emparentará con los antihéroes del género encarnados por un crepuscular Jimmy Stewart en tantas colaboraciones con Anthony Mann. Pronto a contraer matrimonio con Donna Reed, caen ambos en las garras de Frank Slayton, un cuatrero supuestamente más infame que Jesse James o Billy the Kid. La incesante acción de esta auténtica (empero ajustada) pieza moral y psicológica es fotografiada por Walsh en un estilo directo que extrae la poesía inherente al western, y el guión escrito a cuatro manos remarca la excelencia de tal pureza y simplicidad. Observen el sumamente plausible subtexto homoerótico entre el traicionero Phil Carey (Slayton) y su lugarteniente Leo Gordon, y a Lee Marvin, por aquellos días brillantísimo secundario, en otro perfecto desempeño de zafio heavy.