Competentes actores para un producto que se queda en promesa
La imaginación de Mateo Gil, artífice de las primeras tramas
macabras de Alejandro Amenábar y director de aquella estimable opera prima que
fue Nadie conoce a nadie (1999), se pone al servicio de una película televisiva (episodio de un a su vez frustrado esfuerzo de revivir las míticas Historias para no dormir de Narciso Ibáñez Serrador) que no
satisface plenamente el potencial de su premisa, y, no obstante, demuestra el
buen oficio de su creador para el género, incluyendo momentos de cierta belleza. Un amor
imposible como tantos (protagonizado por los perfectamente elegidos Juan José
Ballesta y Natalia Millán, esta última especialmente a la altura de sus requerimientos dramáticos)
define el conflicto central de una historia de brujas con apuntes surrealistas
que, es de lamentar, los recursos técnicos y las decisiones plásticas del caso
terminan evitando llegue a mejor puerto. De todos modos, se trata de una pieza
de horror bastante decente en su modestia y brevedad, sin llegar a ser una obra
lograda ni mucho menos.