Los extraordinarios James Franco y Winona Ryder (muy
sobre todo ésta, en sensible interpretación) estelarizan este cuento
introspectivamente barroco, conciso y desarticulado, onírico y bastante (o quizá demasiado) abstracto, acerca de una dramaturga y directora (Ryder) que, durante un taller
y a causa de la presencia nueva de un misterioso e individualista actor
(Franco), va a llegar peligrosamente al borde de la insania --y acaso a conocerla.
Las escenas de los ensayos resultan previsiblemente atractivas --al menos para
mí, que siento especial fascinación por la actuación y el proceso creativo que
la sustenta--, pero la nebulosa historia de traición e
infidelidad conyugal se ve afectada por el tratamiento formal que pretende
hacer eco de la esquizofrenia de la protagonista y sólo consigue reflejarla en los dislocados fragmentos de un espejo empañado. Hay una belleza minimalista cierta
(puntuada por un piano que, insólitamente, recuerda al Ligeti de Eyes Wide Shut), no obstante,
y la dulzura y vulnerabilidad de la inolvidable actriz de Beetlejuice o Bram Stoker’s Dracula
vuelven a sernos irresistiblemente seductoras. El placer dactilar que Franco
inflige a una de sus compañeras de reparto parece inspirado, en su actitud, por la
anécdota entre Jimmy Dean y la chica con la pierna amputada --hey, Winona suelta asociaciones más disparatadas a lo largo de los noventa minutos del film.
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