Este muy
notable melodrama romántico originalmente escrito por Rachel Field y dirigido
por Anatole Litvak para Warner --una de las compensaciones a Bette Davis por su
fallido intento de protagonizar Gone with the Wind (1939)-- es una suerte de
versión francesa de Jane Eyre (que, claro está, también inspiró Rebecca, del
mismo año) basada en hechos reales: una mujer joven (Davis, en desacostumbrado
rol de inusual fuerza moral e interior) arriba al hogar, destruido por los celos
y el mal amor (incorporados ambos por una excesiva Barbara O’Neil,
irreconocible madre de Scarlett O’Hara), de un duque (el atormentado Charles
Boyer) y sus cuatro pequeños hijos, para trabajar como institutriz, en la era
post-napoleónica de Victor Hugo. Por supuesto, la loca del desván es aquí un
fantasma diabólicamente vivo y libre, cuyas intrigas no sólo provocarán el
silencio de un idilio prohibido --comparable en aquella cualidad al de la aún
más extrema (empero no interclasista) The Remains of the Day (1993)--, sino
también la consumación del destino aciago de una familia, mientras se derrumba
otro régimen monárquico, y del de una inocencia marcada por un cierto signo de
Caín… aunque todavía podría vislumbrarse una esperanza hacia el final del
camino. Excelentes actuaciones de Davis y Boyer como la pareja de amantes
frustrados, en una realización de visos adecuadamente góticos que sabe
aprovechar particularmente el encanto de su reparto infantil (June Lockhart, Virginia Weidler, Ann E. Todd y el
angélico Richard Nichols) --de otra parte, las inicialmente maliciosas niñas de la escuela,
que dirigen su crueldad a la indefensa nueva maestra, son lideradas por Ann Gillis. La figura del generoso e irónicamente cuasi-donjuanesco pastor es
compuesta por un típicamente comedido Jeffrey Lynn. Emociones aseguradas en una producción de
probablemente vasta influencia. 5/5
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