sábado, 11 de julio de 2015

The Big Doll House (1971)

Pam Grier y Kathryn Loder

El primer episodio en una bilogía de cintas carcelarias (women in prison movies) plasmadas por el maestro de la serie B ("el Howard Hawks del exploitation", lo ha llamado Tarantino) Jack Hill, The Big Doll House presenta a un grupo de mujeres jóvenes en sus ansias de libertad dentro de una cárcel perdida en la selva de Manila. Tomando el punto de vista de una flamante residente (Judy Brown), Hill nos descubre las relaciones de poder en ese microcosmos necesariamente sensacionalista: en la celda de las protagonistas, se halla la comprometida novia de un guerrillero (Pat Woodell), en permanente conflicto con la guardia principal (Loder). Pero en el mismo grupo encontramos a una patética heroinómana (Brooke Mills), una rubia frustrada por la abstinencia sexual (Roberta Collins), una feminista fiera y hermosa como una pantera (Grier), y una chica con su gatito (Gina Stuart).

  
Lo cierto es que "Grear" --la diosa descubierta por Hill en su primer rol sustancioso, canción titular incluida-- abusa física y emocionalmente de Mills, su pareja, y de Brown, y que el deliciosamente sádico, enclenque marimacho interpretado por Loder no consigue hacernos olvidar su aun más disfrutable madama en la (Pam aparte, obviamente) atroz Foxy Brown (1974) --secuela no-oficial de la absolutamente grandiosa Coffy. También puede constatarse la falta de impulso dramático en trama y personajes durante la primera mitad del metraje, decididamente morosa y letárgica. No obstante, el director se las arregla para establecer una red psicológica entre las respectivas vulnerabilidades de sus actrices aun desde el inicio, y las escenas se perfilan mucho mejor en todo sentido conforme va aproximándose hacia el final. No sólo eso, sino que además Hill nos hace recordar, mejor, experimentar nuevamente la cruda naturalidad exclusiva de un cine de bajo presupuesto privilegiado en virtud de su capacidad teatralmente evocadora. Acción, suspenso y cierto comentario social (en un producto que se basta a sí mismo como entretenimiento exotista, donde hasta la secretamente perversa alcaidesa es atractiva), con instantes de cierto humor a cargo del habitual Sid Haig, caracterizan a esta obra irregular pero que vaya si toma puerto, que juega según las reglas hasta que las trasciende en la medida de lo posible, originando curiosos ecos diacrónicos de piezas tan viriles --aunque similarmente fantásticas-- como The Dirty Dozen y Rambo. 3/5


(¿Es Haig el Marcello del exploitation cinema?)


(Veramente...)


No hay comentarios:

Publicar un comentario