A Roberto Gómez Bolaños
En esta nota enfrentamos un fracaso a la vez lamentable y valioso, porque la biografía de una de las figuras
culturales más significativas de México e Hispanoamérica ha inspirado una
mediocridad innegablemente emotiva, un filme muy irregular y demasiado fallido que, sin
embargo, aquí y allá y de pronto, parece contener algo asombrosamente recóndito extraído del
alma de su protagonista. Igual que el intérprete de Gainsbourg (Vie héroïque) --otra equivalente oportunidad perdida que, valgan
verdades, era mucho menos representativa de la vivencia humana de su héroe que
la suficientemente realista cinta que estamos comentando--, Óscar
Jaenada, el galardonado actor español que tantos repudiaron a priori como el elegido para
encarnar a Mario Moreno, es la clave de la inesperada verdad que encontramos en este rumbo epidérmico
aunque bienintencionado, irresistible en su errática nostalgia. Es la suya una meritoria labor, y la razón principal
por la cual Cantinflas funciona en
medio de sus tropiezos, desaciertos y mezquindades --pero no la única razón. Pese a todo --Around the World in Eighty Days (1956) no es en realidad la cima de su carrera, la realización de Sebastián del Amo abusa de planos de relleno como los que muestran una y otra y otra vez las reacciones del público, el melodrama obviamente telenovelesco y la caricatura tan mala que resulta olvidable cunden por cada metro de película--, Cantinflas es el merecido objeto de un oportuno aplauso y recuerdo (a más de 100 años de su nacimiento), abundante en ecos del Art Deco, de las biopics tipo Citizen Kane, de los cameos inventados por Mike Todd en toda una procesión del glamour del cine clásico mexicano --pero hay que ver a esa irreconocible María Félix, por no mencionar a nadie más! Un homenaje, insistimos, que finalmente conmueve y promueve la revisión de una obra genial como pocas. 3/5